1ª Epístola Universal de San Juan Apóstol
Jean Koechlin


1 Juan 1
V. 1-10
"Y vosotros daréis testimonio también, porque habéis estado conmigo desde el principio " (Juan 15:27) había dicho el Señor a los doce. Eso es lo que el apóstol Juan hace aquí. Su tema es la vida eterna primeramente "oída", "vista" y "palpada" en el Hijo, y ahora comunicada a los que han recibido por la fe el derecho de ser hijos de Dios (Juan 1:12). Es necesario distinguir entre la relación propiamente dicha y el gozo de esa relación, llamada comunión . La primera es la porción de todos los hijos del Padre. La segunda sólo es la porción de los que andan en luz (v. 7). La porción comprendida entre el versículo 6 del capítulo 1 y el segundo del capítulo 2 explica cómo se puede mantener o restablecer la comunión cuando ha sido interrumpida. Por parte de Dios , una inagotable provisión responde a todas nuestras iniquidades: la sangre de Jesucristo , su Hijo. No hay pecado demasiado grande que esa preciosa sangre no pueda borrar. Ella limpia de " todo pecado" (v. 7, al final) y de " toda maldad" (v. 9, al final). De nuestra parte , se nos pide una sola cosa: la plena confesión de cada una de nuestras faltas para obtener pleno perdón (v. 9; Salmo 32:5). Mi pesada deuda ha sido pagada por Otro y Dios no sería justo para con mi Substituto si me la reclamara de nuevo.
1 Juan 2
V.1-11
Respecto del pecado , estos versículos reúnen varias verdades de mucha importancia: 1) Durante toda nuestra vida tendremos el pecado en nosotros (cap. 1:8); es la carne o la vieja naturaleza;
2) Hasta nuestra conversión, produjo los únicos frutos que se puede aguardar de él: hemos pecado (cap. 1:10);
3) La sangre de Jesucristo nos limpia de todos esos actos que cometimos (cap. 1:7);
4) Podemos no pecar más por medio del poder de la nueva vida que nos ha sido dada (cap. 2:1);
5) Si caemos en el pecado -y, por desdicha, nuestra cotidiana experiencia de sobra lo confirma- el Señor Jesús aún interviene; ya no como un Salvador que vierte su sangre, sino como un fiel Abogado para con el Padre, para restablecer la comunión . La obediencia (v. 3-6) y el amor por los hermanos (v. 7-11) son las dos pruebas de que la vida está en nosotros. La segunda, además, es el resultado de la primera (Juan 13:34). Sin embargo, si amamos al Señor, nunca hallaremos sus mandamientos "gravosos" (cap. 5:3). Pero en el versículo 6, Dios nos da una medida más alta aun. Andar como Él anduvo, es más que obedecer a sus mandamientos. Hallamos en el evangelio de Juan lo que es verdadero en Cristo , y en su epístola lo que es verdadero en nosotros (v. 8). Es la misma vida y ella debe mostrarse de la misma manera (cap. 4:17, al final).
V. 12-19
Pablo considera a los cristianos como quienes forman la Iglesia de Dios. Para Pedro , constituyen Su pueblo celestial y Su rebaño. Para Juan , son miembros de Su familia , unidos por la misma vida recibida del Padre. En general, en una familia los hermanos y las hermanas tienen diferentes edades y desarrollo, aunque la relación filial y la parte de la herencia del último sean las mismas que las del hijo mayor. Sucede lo mismo en la familia de Dios. Se entra en ella por medio del nuevo nacimiento (Juan 3:3), el cual normalmente es seguido por un crecimiento espiritual. El niñito que sólo sabía reconocer a su Padre (comp. Gálatas 4:6; Romanos 8:15-17) pasa luego a la condición de joven y al libramiento de los combates. En estas luchas lo que se juega es su corazón: ¿será para el Padre o para el mundo? "Los deseos de la carne, los de los ojos y la vanagloria de la vida" son las tres llaves de las cuales se sirve "el maligno" para hacer penetrar el mundo en todo corazón en el que encuentre lugar. Finalmente, el joven llega, o tendría que llegar, a ser un padre que tiene una experiencia personal de Cristo. Es a los "hijitos" a quienes el apóstol escribe más extensamente. A causa de su inexperiencia están más expuestos a "todo viento de doctrina" (Efesios 4:14). ¡Temamos permanecer como "hijitos" toda nuestra vida!
V. 20-29
"Ésta es la promesa que él nos hizo: la vida eterna " (v. 25). Juan se refiere a estas palabras del buen Pastor: "Mis ovejas oyen mi voz... y yo les doy vida eterna" (Juan 10:27, 28). Lector: ¿La recibió usted? ¿Es usted un hijo de Dios? Otra promesa del Señor era la del don del Espíritu Santo (Juan 16:13). Esa "unción del Santo" descansa hoy no sólo sobre "los padres" sino también sobre "los hijitos" en Cristo para conducirlos "a toda verdad" (Juan 16:13). "Yo soy el camino, y la verdad , y la vida" -dijo el Señor Jesús- "nadie viene al Padre sino por mí" (Juan 14:6). Aquí el apóstol confirma que aquel que niega al Hijo tampoco tiene al Padre (v. 23; leer Juan 8:19). El Padre no puede ser conocido fuera de Jesús (Mateo 11:27). Por eso el Enemigo despliega tantos esfuerzos contra la persona del santo Hijo de Dios, especialmente para hacer dudar de su existencia eterna y de su divinidad. Sepamos reconocer la voz del mentiroso (v. 22). Lo que es "desde el principio" es valedero hasta "el último tiempo" (v. 24, 18). En presencia de todas las «novedades», nuestra seguridad consiste en atenernos a la enseñanza del principio (Gálatas 1:8-9).
1 Juan 3
V. 1-12
Lo que en una familia normal constituye el vínculo entre sus miembros es el amor . Los hijos lo reciben y lo aprenden de sus padres, luego se lo devuelven y lo experimentan entre ellos. ¡Es ésta una débil imagen del amor que el Padre nos demostró al hacernos sus hijos! No nos toca comprender ese amor, sino verlo (v. 1) y, comprobándolo, gozar de él. Del versículo 9, algunos creyentes podrían deducir que no tienen la vida de Dios, ya que pecan (cap. 5:18). Comprendamos bien que el verdadero yo del creyente es el nuevo hombre y que éste no puede pecar . La división de la humanidad entre "hijos de Dios" e "hijos del diablo" está establecida de la manera más absoluta mediante los versículos 7 a 12 (compárese con Juan 8:44). Hoy día, en muchos ambientes religiosos se desconoce esa diferencia. Se conviene en que hay cristianos más o menos practicantes, pero a aquellos que se declaran salvos, cuando otros están perdidos, se los tilda de orgullosos y de espíritus estrechos. Pues bien, la incomprensión del mundo que puede ir hasta el odio nos da la oportunidad de parecemos un poco a Jesús aquí abajo (v. 1, al final; Juan 16:1-3). Pronto en la gloria también "seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es" (v. 2).
V. 13-24
El odio del mundo hacia los hijos del Padre no tendría que sorprendernos, (v. 13; comp. Juan 15:18...). Más bien sus sonrisas podrían parecemos sospechosas. En cuanto al amor, el mundo sólo puede concebir falsificaciones; sus motivos nunca son puros y totalmente desinteresados. Sólo es verdadero el amor de Dios, el cual halla su fuente en Sí mismo y no en aquel que es el objeto de ese amor. Necesitábamos ser amados con semejante amor, ya que en nosotros no había nada digno de amor. Y la cruz es el lugar en el cual aprendemos a conocer lo infinito de ese amor divino (v. 16). Los versículos 19 al 22 subrayan la necesidad de una buena conciencia y de un corazón que no nos condene. Si practicáramos sólo lo que es agradable al Señor, Él podría, sin excepción, satisfacer todas nuestras oraciones. Los padres que aprueban la conducta de su hijo le concederán gustosos lo que él les pida (v. 22; comp. Juan 8:29; 11:42). Permanecer en Él, es la obediencia; Él en nosotros, es la comunión que resulta de ello (v. 24; cap. 2:4-6; 4:16; Juan 14:20; 15:5, 7). Si se sumerge en el mar un recipiente sin tapa, se lo hallará a la vez empapado y lleno. ¡Que ocurra así con nuestros corazones y el amor de Cristo!
1 Juan 4
V. 1-10
La verdad siempre tuvo sus «falsificadores». Y, de la misma manera que cada ciudadano, so pena de graves molestias, debe saber reconocer la moneda de su país, debemos ser capaces de discernir de dónde proceden las diversas enseñanzas que se nos presentan. Cada una de ellas debe ser probada (v. 1; 1 Tesalonicenses 5:21) y la
Palabra nos da el seguro medio para no confundir las «falsas monedas» con las buenas. Todas estas últimas llevan el sello de Jesucristo venido en carne (v. 3). En cuanto a Su naturaleza, esta epístola nos enseña que Dios es luz (cap. 1:5) y que Dios es amor (v. 8, 16). La única fuente de todo amor está en Él. Si alguien ama, ello es señal de que ha nacido de Dios (v. 7). A la inversa, el que no ama no conoce a Dios. Es necesario poseer la naturaleza del que ama para saber lo que es el amor (1 Tesalonicenses 4:9). Y ese amor, del cual Dios tuvo la iniciativa hacia nosotros (v. 10, 19), respondió perfectamente al estado de su criatura. El hombre estaba muerto : "Dios envió a su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos por él" (v. 9); el hombre era culpable: "Dios... envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados" (v. 10; cap. 2:2); el hombre estaba perdido: "El Padre ha enviado al Hijo para ser el Salvador del mundo" (v. 14; Juan 3:17).
V. 11-21
Dos hechos de indecible alcance: Cristo que pone "su vida por nosotros" (cap. 3:16) y Dios que envía "a su Hijo" (cap. 4:10) han manifestado a los hombres el amor divino. Y ahora aun se les da a conocer ese amor de una tercera manera: que los redimidos del Señor se amen los unos a los otros. Así es cómo Dios debe –o debería- ser hecho visible (v. 12) desde que Jesús dejó la tierra (Juan 1:18). No es posible amar a Dios y no amar a sus hijos. Cuando alguien nos es realmente querido, todo lo que se relaciona con él nos es también querido. Por ejemplo: ¿Puede decirse que un marido o una mujer que no ama a sus suegros ama verdaderamente a su cónyuge? Y Dios no se contenta con un amor "de palabra o de lengua" (cap. 3:18). En esta epístola, constantemente vuelven las expresiones "si decimos ..." (cap. 1:6, 8, 10), "el que dice..." (cap. 2:4, 6, 9), "si alguno dice ..." (v. 20). "Nosotros le amamos..." declara el apóstol (v. 19). ¡Pues bien, demostrémoslo ! Hemos hallado en estos versículos:
1) El amor hacia nosotros (v. 9): es la salvación ya cumplida;
2) El amor en nosotros (v. 12, 15, 16) derramado en nuestros corazones por el Espíritu;
3) Por fin, el amor con nosotros (v. 17) que nos da aun la seguridad para comparecer pronto ante Dios. Tal es la perfecta actividad de ese amor divino hacia nosotros.
1 Juan 5
La epístola de Juan, como su evangelio, atestigua que poseemos la vida eterna simplemente por la fe en Jesucristo , el Hijo de Dios (comp. el v. 13 con Juan 20:31). No creer, después de tantos testimonios, es hacer a Dios mentiroso (v. 10). Pero ahora el hijo de Dios se apoya en certezas. "Sabemos..." no cesa de repetir el apóstol (v. 2, 13, 15, 18, 19, 20). Y nuestra fe no sólo se apodera de la salvación sino que triunfa sobre el mundo por el hecho de que, al mirar más allá, se apega a lo que es imperecedero (v. 4). ¡Qué felicidad también la de saber que Dios nos escucha y nos otorga lo que le pedimos según su voluntad! (v. 14). « El mismo creyente no desearía que le fuera concedido algo que resultara contrario a la voluntad de Dios» escribió un siervo del Señor (J. N. Darby). Pero ¿cómo conocer esa voluntad? Mediante el entendimiento que el Hijo de Dios nos ha dado (v. 20; Lucas 24:45). "Y estamos en el Verdadero ", en contraste con el mundo que "está bajo el maligno ". Este último no tiene, en su arsenal, objeto alguno que pueda seducir al nuevo hombre. En cambio, ofrece muchos ídolos apropiados para tentar nuestros pobres corazones naturales. Hijos de Dios, guardemos nuestros afectos enteramente para el Señor (v. 21; 1 Corintios 10:14).