Notas sobre la unidad del Espiritu
Fragmentos
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Antes de abordar este tema, diremos algunas palabras sobre tres diferentes aspectos de los cuales los creyentes son considerados en Efesios 2 durante que forman un cuerpo.
Encontramos:
- Los Judíos y los gentiles «reconciliados en un solo cuerpo a Dios por la cruz» (Efesios: 2:16).
- «edificio, bien coordinado, que va creciendo parta ser un templo santo en le Señor» (Efesios 2:21).
- «Vosotros sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu».
Estos tres aspectos de la Asamblea han comenzado en Pentecostés con el descenso del Espíritu Santo y existen aún sobre la tierra. Sin embargo es importante hacer una distinción entre ellos, porque aunque coexisten no tienen la misma significación. No se puede hablar ni tampoco, emplear los mismos términos para describirlos.
1. «El cuerpo» como nos enseña 1ª Corintios 12, está formado por el bautismo del Espíritu Santo y comprende a todos los verdaderos creyentes. Están unidos vitalmente por el Espíritu a Cristo que es la Cabeza en el cielo, y al mismo tiempo unidos entre ellos para formar su cuerpo sobre la tierra. El cuerpo, en la Escritura, es siempre considerado como un organismo completo, teniendo su esfera de manifestación y actividad sobre la tierra, aunque unido a la cabeza que está en los cielos, la «Cabeza, en virtud de quien todo el cuerpo, nutriéndose y uniéndose por las coyunturas y ligamentos, crece con el crecimiento que da Dios» (Colosenses 2:19). Todos los miembros están unidos tan estrechamente que no tendría que haber allí divisiones en el cuerpo (1ª Corintios 12:25); si un miembro sufre, todos los miembros sufren con el, y cualquiera que sea lo que afecta a un miembro sobre la tierra afecta la cabeza que está en el cielo (Hechos 9:4).
La ruina exterior de la Iglesia, o la dispersión aparente de los miembros del cuerpo, no altera esta unidad vital ni debilita en ningún grado la viva y divina simpatía o la interdependencia de los miembros entre ellos. La inteligencia puede no reconocer que el estado de los miembros que están en Australia afecta a los que están en Europa, y que el bien o mal estado de un solo miembro reacciona sobre le conjunto del cuerpo, pero sin embargo es así.
Es un hecho bendito, y que se impone a nuestra alma. En el cuerpo todo es obra del Espíritu, del comienzo al fin, sin ninguna intervención humana.
2. El templo santo está construido por el Señor mismo y crece hasta que esté completo, cada piedra es preparada y puesta en su lugar, por la mano de Aquel que dice en Mateo 16:18: «…yo edificaré mi Asamblea, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella». Es un templo santo, que se edifica actualmente, que Pedro habla en el capítulo 2 de su primera epístola : « acercándoos a Él, piedra viva, desechada ciertamente por los hombres, mas para Dios escogida y preciosa, vosotros también. Como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual». El templo santo está enteramente compuesto de verdaderos creyentes, y aquí, como en el cuerpo, ninguna mano humana interviene, la obra es enteramente del Señor, y este trabajo estará completo en su venida, cuando la última piedra viva sea colocada.
3. La habitación ha sido comenzada por Dios mismo, operando con instrumentos humanos. Es está entonces fundada de una manera perfecta, pero construida por el hombre y confiada a su responsabilidad. Resulta así un estado de cosas totalmente diferente del cuerpo o del templo santo. En estos últimos casos todo es divino y pro consecuencia perfecto. Cuando se trata de la «casa », es el edificio de Dios la esfera de su actividad en el mundo, pero el hombre es efectivamente el obrero, defectos se manifiestan y se encuentra que buenos y malos materiales se han empleado en le curso de la edificación.
Tenemos en 1ª Corintios 3 su formación y su historia. Pablo trabajando como colaborador de Dios y como sabio arquitecto declara: «…yo puse el fundamento y otro edifica encima; pero cada uno mire como sobreedifica. Porque nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo».
Comenzado por Dios, que ha hecho entrar al hombre en su trabajo, la habitación (o casa) era al comienzo, totalmente como el cuerpo, compuesta de verdaderos creyentes y ambos —es decir cuerpo y casa—se encontraban así confundidos. Sucedió, muy rápidamente, que el trabajo de Dios por el Espíritu, y el del hombre, en el cual tenía lugar la responsabilidad, no fue más confundido.
Al principio todos los que confesaban a Cristo y se bautizaban eran creyentes verdaderos y vivos, pero sucedió muy rápidamente que la debilidad de la mano del hombre se mostró, y simples profesantes, sin ninguna fe viva, fueron introducidos entre los verdaderos creyentes por la profesión y el bautismo, y edificados juntamente con ellos, pero no unidos el uno y el otro por la unión viva del Espíritu Santo.
Esta construcción fue sin embargo la esfera del trabajo de Dios y el lugar de su habitación, con los privilegios benditos y las responsabilidades solemnes que resultan por la fe de aquellos que no se habían mezclado con el estado de cosas que le rodeaban.
Esta es la casa de Dios, y lo será así hasta el fin, así que se nos instruye la solemne advertencia de Pedro. «El tiempo ha llegado, escribe el, que el juicio comience por la casa de Dios; pero si comienza por nosotros , «¿Cuál será el fin de los que no obedecen el evangelio de Dios?» (1ª Pedro 4:17). Se trata de la casa exterior, visible, o «la morada de Dios por el Espíritu» , y si es siempre la casa de Dios, ella está sin embargo arruinada y en desorden. Su historia sobre la tierra, en tanto ha sido confiada a la responsabilidad del hombre, estará prontamente terminada con el juicio, pero aparecerá nuevamente en el cielo como el tabernáculo de Dios (Apocalipsis 21:3) conforme a lo que Él se ha propuesto y lo haya realizado por su inefable poder.
Pero, además de lo que acabamos de ver, es decir la formación de la Iglesia como el cuerpo de Cristo, el templo santo y la edificación de los creyentes unidos de una manera exterior y visible como habitación de Dios, algo nuevo ha nacido en Pentecostés. Es el cumplimiento de la profecía de Caifás, que «Cristo debía reunir a los hijos de Dios que estaban dispersos» ( Juan 11:52) y también la realización de la oración del Señor: « Mas no ruego solamente por estos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno; como tú, oh Padre en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tu me enviaste». Esto contenía a todos los creyentes como « llamados en un solo cuerpo» y conducidos por la presencia y el poder del Espíritu a una unidad de pensamientos, de afectos, de objeto, como también moral y práctica. Leemos efectivamente, que «todos los creyentes estaban en un mismo lugar, y que «tenían todas las cosas en común» (Hechos 2:44), y aun mas: « la multitud de los que creían eran de un corazón y de un alma, y nadie decía suyo lo que poseía; sino que tenían todas las cosas en común» (Hechos 4:32). Esta es la unidad del Espíritu, una unidad en la cual todo está de acuerdo con el pensamiento de Dios, producido y mantenido por la presencia del Espíritu en medio de los creyentes. La base de todo esto reposa sobre los grandes principios que nos son dados en la última parte de Efesios 2: « Un hombre nuevo» (15), «un solo cuerpo» (16), «acceso al Padre por un solo Espíritu» (18) y «edificados juntos para ser morada de Dios por el Espíritu» (22).
La unidad del Espíritu en su perfección es pues el poder del Espíritu que produce un acuerdo divino entre los creyentes y los hace capaces de realizar su unión con todos los santos, asegurando de esta manera la manifestación de la unidad del cuerpo sobre la tierra. Considerada en su plenitud ella no puede estar separada de la unidad del cuerpo, aunque no sea sin embargo lo mismo, porque «hay un solo cuerpo y un solo Espíritu».
Prácticamente, lo que el Señor pide en Juan 17: « que todos sean uno» y «uno en todos» es la unidad del Espíritu, y es lo que los creyentes deben esforzarse en guardarlo en el vínculo de la paz. Judíos y gentiles, reunidos al nombre de Jesús en Efeso no debían seguir sus intereses o guardar sus desacuerdos personales, sino en marchar juntos «con toda humildad y dulzura, con longanimidad, soportándoos el uno al otro en amor» (Efesios 4:1-2); manifestando juntos un acuerdo divino por el poder del Espíritu, que hace que el pensamiento de Dios y el suyo sea uno en la tierra.
Reconciliados en Dios y los unos con los otros en la cruz, en comunión ante el Padre por el solo Espíritu, su marcha como conjunto se traducía en esta comunión. Es así el comienzo de la unidad del espíritu, pero en la práctica ella se desarrolla según lo que son los hijos de Dios en relación con todos los otros santos como el «solo cuerpo» y « la habitación de Dios por el Espíritu».
De un punto de vista abstraído la unidad del Espíritu es el pensamiento de Dios. Cuando los pensamientos de dos creyentes están de acuerdo con el pensamiento del Espíritu, esta unidad está prácticamente guardada. Pero si los santos no están de acuerdo, el Espíritu de Dios está contristado en ellos, la unidad del Espíritu no es guardada, aun cuando no haya una brecha aparente. Pueden estar exteriormente «como un solo cuerpo», pero interiormente no son un solo cuerpo y una sola alma. El «uno en nosotros» de Juan 17 no es realizado.
Al principio, en Pentecostés, la unidad del Espíritu era completamente guardada, y todos los creyentes estaban interior y exteriormente unidos en uno; la unidad del cielo brilló sobre la tierra por un corto espacio de tiempo. Satanás entró muy rápidamente en escena, y en Hechos 5 y 6 vemos que la unidad del Espíritu ha desaparecido, aunque el poder de sus manifestaciones permaneció. La unidad del cuerpo quedó intacta, e igualmente sus manifestaciones exteriores siempre se mantuvieron mantenidas, pero, hecho muy triste y solemne, la unidad del Espíritu no fue guardada.
Traducido de “El Mensajero Evangélico” año 1957
Responsable traducción Ruth C. de Vasconcelo