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Paz Con Dios

Edward Dennett

Tu lamentas que no tienes “paz permanente”, y así tu estas haciendo un pequeño progreso en la verdad, o en el conocimiento del Señor. El lamento, del cual siento mucho saber, no es en ningún sentido extraño; pero nace de un conocimiento imperfecto del evangelio y de la confusión de dos diferentes cosas. Yo espero por consiguiente, con la bendición del Señor, ser capaz de ayudarte, si tienes el cuidado de considerar lo que yo estoy a punto de escribir.

Tu caso me recuerda exactamente al de otro que recientemente vino a mi. “¿Tienes tu paz con Dios?” Pregunté. La respuesta vino a mi, “No siempre”. En ambos casos la confusión está entre la paz hecha y el gozo de la paz. Es decir, cuando tu estás contento en el Señor tu dices, “Ahora yo tengo paz”; pero cuando en el fracaso o en la desgracia tu estás deprimido y triste, tu piensas que tu paz se ha ido. Para encontrar este estado en la mente, yo quisiera que consideraras atentamente sobre cuales son los fundamentos de la paz con Dios. Esto es una inmensa ganancia para el alma, cuando es percibido claramente que esto no se apoya en lo interior, sino en el exterior; pero entonces también se verá que nuestras experiencias no tienen nada que hacer con la pregunta. Volvamos entonces a Romanos 5:1. Allí nosotros leemos “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo”; y si nosotros examinamos la relación de estos versículos, hemos de aprender inmediatamente de la fuente de paz que esto habla. La relación es esta, después de que el apóstol ha explicado la manera en que Abraham fue justificado ante Dios, él procede: “Y no solamente con respecto a él se escribió que le fue contada, sino también con respecto a nosotros a quienes ha de ser contada, esto es, a los que creemos en el que levantó de los muertos a Jesús, Señor nuestro, el cual fue entregado por nuestras transgresiones y resucitado para nuestra justificación. Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios” (Romanos 4:23-25; 5:1).

Está claro en estos versículos que el fundamento de la paz con Dios se apoya totalmente en la obra de Cristo. De hecho el fundamento así ha sido puesto, Dios declara que cuantos creen lo concerniente a Su testimonio, creen que Él ha venido en gracia, y ha hecho la completa provisión para la salvación del pecador. Él que cree así en Dios, es justificado y siendo justificado tiene – entrada sobre la posesión de – la paz que ha sido hecha por la muerte de Cristo. Pero se observará que se dice que Cristo fue entregado por nuestras transgresiones y resucitado para nuestra justificación (Romanos 4:25). Es decir, la resurrección de Cristo es la permanente prueba de la consumación de Su obra, la evidencia de los pecados por los que Él murió y por los que Él descendió a la muerte, se ha ido para siempre – Por consiguiente el testigo de toda la demanda que Dios tenía sobre nosotros ha sido encontrado y satisfecho. Pero sí Él fue entregado por nuestras transgresiones, y Él ha dejado el sepulcro, siendo levantado de la muerte, las “transgresiones” (ofensas) bajo la cual Él descendió a la muerte se han ido ya, de lo contrario Él todavía sería un prisionero en la tumba. La resurrección de Cristo es la expresión distinta y enfática de la satisfacción de Dios con la expiación que fue hecha en la cruz.

Es en este caso es abundante la evidencia, como antes se dijo, en el cual el solo fundamento de paz con Dios se apoya en la muerte de Cristo. Esto se repite una y otra vez en las Escrituras. Así decimos que estamos “justificados en su sangre” (Romanos 5:9); y otra vez; “haciendo la paz mediante la sangre de su cruz” (Colosenses 1:20). Es por consiguiente Cristo quién hace la paz con Dios, y Él ha hecho esto por Su sacrificio de muerte – aquella muerte que vindicó cada demanda que Dios tenía sobre el pecador, encontró cada una de Sus justas demandas del hombre, glorificado Él en cada atributo de Su carácter; así es que Dios ahora puede pedir al pecador que se reconcilie con Él (2Cor. 5:20).

Habiendo explicado bastante esto, sigue una pregunta importante para el alma, ¿Creo yo en el testimonio de Dios concerniente a su Hijo y concerniente a la obra que Él ha realizado? Sí hay alguna dificultad al contestar esta pregunta, entonces ningún progreso mayor puede en el presente ser hecho. Es esta una prueba muy simple, sin embargo, ayudará a sacar la verdad. ¿En que descansas para que seas acepto ante Dios?, ¿Es en ti mismo, en tus propias obras, o en tus propios méritos, o merecimientos? Si es así, entonces no estás descansando en la obra de Cristo. Pero sí en tu propia naturaleza. Es por eso que lamentablemente tu estás abatido y perdido. Más sí confiesas que no tienes esperanza aparte de Cristo y en lo que Él realizó, entonces tú puedes humildemente decir “Por gracia de Dios yo creo en el Señor Jesucristo”.

Suponiendo ahora que tu puedes adoptar este lenguaje, entonces yo puedo decirte que tu tienes “establecida” la paz con Dios, nada podrá jamás privarte de esto – ni cambiarlo, ni las muchas experiencias; porque es tu inmutable e inalienable posesión. Las Escrituras dicen “Justificados, pues, por la fe” (y tú dices que tú crees), “tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo”. Cada creyente – y al momento el creyente – es justificado, él tiene paz – no-paz en el mismo, como ha sido visto, pero sí paz por medio de nuestro Señor Jesucristo; es decir, la paz que ahora le pertenece a él es la paz con Dios que Cristo ha hecho por su sacrificio expiatorio. Desde esa paz que Él ha hecho, estando así afuera de nosotros mismos, jamás puede ser alterada y jamás puede fluctuar; es estable y durable como el Trono de Dios; pero, como nosotros hemos visto, es una paz que Cristo ha hecho a través de la cruz; y lo que así Él ha hecho nunca puede ser deshecho y por consiguiente es una paz eterna. Más aquella estable, fundamentada y eterna paz es la porción de cada creyente.

Lo que quieres decir, entonces, cuando te quejas es que no has establecido la paz, simplemente no gozas de la paz establecida, es que tu experiencia es fluctuante. Por consiguiente podría ser bueno examinar el cómo un creyente esta en constante gozo de paz en su alma. La respuesta es muy simple. Es por fe. Sí yo creo en el testimonio de Dios, esa paz es mía en la fe en el Señor Jesús, por lo tanto yo debiera entrar inmediatamente en su gozo. Esto podría ser simplificado por una ilustración. Supóngase que le traen noticias respecto a un testamento de un pariente fallecido, a través de este se ha vuelto el dueño de una propiedad muy grande. El efecto sobre tu mente dependerá completamente del hecho si crees o no sobre lo que has oído. Si dudas de la veracidad de las noticias, allí no habrá respuesta en contestación a ello; Pero sí, por otro lado, esto es debidamente atestiguado y aceptas definitivamente esto, tú dirás enseguida “La propiedad es mía”. Así es también esto en consideración a la paz con Dios. Si crees en el testimonio de Dios que la paz ha sido hecha por la sangre de Cristo, no habrá ningún sentimiento de depresión, ni convicción de indignidad, ni circunstancia cualquiera, podrá perturbar tu seguridad en este punto, porque verás que esto depende enteramente sobre lo que otro ha hecho. Es esto necesario para el gozo de la paz establecida en un firme reposo sobre la obra de Dios.

La causa de tanta incertidumbre en este asunto surge principalmente de un aspecto interior al contemplar un estado sin Cristo, en vez de descubrir interiormente aquello que dará confianza en esa obra de verdadera de gracia que comenzó en el alma, mas por el contrario se mira sin percibir que el único fundamento en que un alma puede descansar delante de Dios es la preciosa sangre de Cristo. La consecuencia es que percibiendo la corrupción, el mal de la carne, el alma comienza a dudar a pesar de no haber sido engañada. Satanás de este modo enreda el alma, la ataca con dudas y temores, en la esperanza de producir desconfianza de Dios y hasta desesperación total. Los medios efectivos de contrarrestar su ataque en esta dirección es recurrir a la palabra escrita. En respuesta a todas sus sugerencias malas, nosotros debemos responder, como nuestro bendito Señor cuando Él fue tentado, “Escrito está”, entonces nosotros pronto encontraremos que nada podría perturbar nuestro gozo de esa paz con Dios que ha sido hecha por la preciosa sangre de Cristo y que vino a nosotros en cuanto creímos.

Esta pregunta ha establecido el fundamento, librándonos ahora de la preocupación, otorgando la calma en la mente y alma para la meditación de las verdades reveladas en las Escrituras. “Desead como niños recién nacidos, la leche espiritual no adulterada, para que por ella crezcáis...” (1Pedro 2:2); y es mas, si estudias la palabra en la presencia del Señor, serás guiado por Él en la intimidad en comunión con Él y así tu trazarás sus infinitas perfecciones, y glorias, que están desplegadas ante nosotros y aprendidas a través del Espíritu de Dios, haciendo que tus afectos vayan creciendo fuertes en todo fervor de admiración. Más tu corazón, ahora satisfecho, se inundará en adoración a sus pies y así tu queja se transformará en una canción de alabanza.