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La humanidad de Cristo y su impecabilidad

Leslie M. Grant

Paradojas Bíblicas Maravillosas

English version

Hemos considerado a Cristo como Dios y Hombre en una bendita persona, lo cual es aceptado por los verdaderos creyentes en todo lugar. Sin embargo, muchos de ellos no comprenden que Cristo era absolutamente humano y al mismo tiempo absolutamente sin pecado. Esto les resulta contradictorio porque, siendo hombres, son tentados y afligidos por el pecado. En consecuencia, surgen preguntas: «¿Acaso el Señor Jesús no vino para estar completamente en la condición de hombre? ¿Cómo podía, si era perfectamente humano, ser perfectamente sin pecado y no tener la mínima posibilidad de darle lugar a la tentación?» Esto puede resultar paradójico sencillamente porque nuestra tendencia es la de razonar y considerar todo según nuestro punto de vista personal. Debemos aprender a no confiar en nuestro razonamiento, sino en la Palabra de Dios.

La humanidad auténtica del Señor Jesús y su identificación con nuestra humanidad son verdades claramente enseñadas en Hebreos 2: “Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo” (v 14). “Por lo cual debía ser en todo semejante a sus hermanos, para venir a ser misericordioso y fiel sumo sacerdote en lo que a Dios se refiere, para expiar los pecados del pueblo” (v 17).

¡Qué gozo es para nosotros conocer al verdadero Hombre que descendió en perfecta gracia y simpatía para identificarse con nuestras necesidades humanas! No obstante, debemos ser muy cuidadosos de no interpretar mal dicha circunstancia. Hebreos 4:15 nos advierte: “Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado.”

Aún cuando el Señor era realmente humano, su humanidad no se involucraba con el pecado en ningún aspecto. Tengamos en cuenta que el pecado no forma parte de la humanidad; por el contrario, es una anormalidad. Además de ser cierto que Cristo “no hizo pecado” (1.ª Pedro 2:22), también es cierto que “no hay pecado en él” (1.ª Juan 3:5), y que Él “no conoció pecado” (2.ª Corintios 5:21). El pecado ni siquiera podía influenciar sus pensamientos.

Por lo tanto, cuando el Señor “fue tentado en todo según nuestra semejanza”, no tuvo ni la mínima inclinación a ceder a la tentación. Quizá pensamos que la palabra «tentación» conlleva la idea de algo pecaminoso, pero las Escrituras nos enseñan que la tentación es una prueba o un sondeo. Dios permitió que el Diablo tentara al Señor Jesús para probar la perfecta impecabilidad del Hijo de Dios. Esta prueba simplemente confirmó una verdad: no había ninguna posibilidad de encontrar alguna falta en “el cordero sin mancha y sin contaminación” (1.ª Pedro 1:19).

Algunos argumentan, en contra de estas verdades, que Adán también era un hombre real y que no fue creado como un ser pecaminoso, pero que aún así cayó en la tentación. Sin embargo, Adán fue creado inocente, no santo. Su naturaleza no aborrecía el pecado y tampoco tenía el poder para resistirlo. Además, consideremos lo que le fue dicho a María acerca de Cristo: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios” (Lucas 1:35).

Por lo tanto, la humanidad de Cristo es única. Su naturaleza santa aborrecía el pecado y tenía el perfecto poder para resistirlo. Aunque Él era un hombre en todos los aspectos, ya que poseía espíritu, alma y cuerpo, no obstante, su humanidad santa no podía ser contaminada porque era más que un simple hombre: era Dios.

Ante nuestra incapacidad de comprender cabalmente estas cosas, nos humillamos y aprendemos que Dios es más grande que nosotros, lo cual nos conduce a confiar plenamente en Su palabra para valorar convenientemente la genuina humanidad de nuestro Señor y la absoluta impecabilidad de su naturaleza.

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