Select your language
Afrikaans
Arabic
Basque
Bulgarian
Catalan
Chichewa
Chinese
Croatian
Czech
Danish
Dutch
English
Farsi
Fijian
Filipino
French
German
Greek
Hebrew
Italian
Japanese
Kinyarwanda
Kisongie
Korean
Lingala
Malagasy
Norwegian
Nuer (Sudan/South-Sudan)
Oromo
Polish
Portuguese
Romanian
Russian
Slovak
Somali
Spanish
Swahili
Swedish
Tshiluba (DR Congo)
Turkish
Welsh

Jehova, Tú me has examinado y conocido

Salmo 139: 1

William John Hocking

Pedro en el Nuevo testamento, como Job en el Antiguo, están colocados sin velo delante de nuestros ojos. Eran hombres que tenían las mismas pasiones que nosotros. Dios les ha colocado como ejemplo de lo que es el hombre, con el fin de que aprendamos lo que hay en nuestro corazón, no por amargas experiencias personales, sino por aquellas que nos son relatadas en la Palabra. Podemos así aprender a conocernos sin tener necesidad de pasar por el mismo camino de disciplina.

 

La debilidad de Job

Job tenía el conocimiento del verdadero Dios, y llevaba una vida perfecta y justa entre los hombres. Buscaba hacer lo que era bueno y agradar a Dios en sus actos, y lo había logrado en una forma excepcional.

Su carácter y sus caminos eran tales que se mantenía en el cielo. Dios le miraba con aprobación. Satanás también consideraba al patriarca y buscaba su ruina moral. Cuanto más piadoso es el hombre, mas esfuerzos hace el Enemigo para vencerle. Esta enemistad de Satanás es demostrada de una manera sorprendente en el caso de Job.

El comienzo del libro muestra a este último acabado por la pena; todos sus bienes le han sido quitados, e igualmente su familia. Por lo tanto, Satanás y todos los angeles del cielo deben reconocer que bajo este diluvio de calamidades hace la prueba de una paciencia admirable. El escribe: «En todo esto no pecó Job, ni atribuyó a Dios despropósito alguno» (1:22). La paciencia de Job ha pasado a ser un proverbio en nuestros tiempos.

¿Quién otro ha tenido miles de pruebas tan terribles? Los objetos mas queridos de su corazón le son arrancados, su cuerpo no es mas que una llaga horrorosa, pero el encorva humildemente su cabeza ante Dios. ¡Su mujer no encuentra nada mejor que aconsejarlo que maldiga a Dios y muera! No tiene en este mundo ningún amigo verdadero: singulares amigos en efecto eran esos tres visitantes que vienen durante siete días y siete noches a sentarse delante de él, ¡solamente para acusarle de un pecado escondido!

¡Que experiencia para un hombre perfecto y recto! ¿Y por que motivo? ¿Porque todos esos males caían sobre él? Por este medio Dios iba a enseñar a Job una lección muy difícil. A saber que su rectitud habitual y su integridad habían llegado a ser una piedra de tropiezo en su camino, y le impedían conocer la verdadera felicidad y los goces más profundos ante Dios.

Lo puede decir muy bien: «He aquí, aunque él me matare, en él esperaré; No obstante, defenderé delante de él mis caminos» (13:15) y se sujetaba a Dios como Aquel en quien era necesario continuar confiando, sin embargo el no llegaba a comprender el porque de todas estas aflicciones que le habían sobrevenido. Según su propia conciencia, no había hecho nada malo. De todo su corazón, había buscado agradar a Dios y hacer lo que era recto y bueno. Y aquí que de pronto todo le era quitado: ¡bienes, hijos, santidad! ¿Por qué? Job, considerando sus caminos, no veía nada malo que confesar a Dios, nada que pudiera explicar su miseria.

 

¿Por qué la prueba?

Pero Dios no desea dejar al patriarca en este estado de satisfacción de si mismo; tiene para él otras bendiciones en reserva, aun las terrenales. Sin embargo, ante todo, era necesario que Job aprendiera a conocerse; había en él algo que no veía aun, pero que los ojos de Dios discernían, y que le era abominable: Job se confiaba en su propia integridad. El proclamaba: «Mi justicia tengo asida, y no la cederé; No me reprochará mi corazón en todos mis días.» (27:6) ¿Quién puede encontrar una falta en mí? He sido un padre para los pobres, he alegrado a las viudas, y los huérfanos me han bendecido. Continuamente he hecho el bien alrededor de mí. Y ahora estos grandes males han caído sobre mí, cuando yo no he hecho ningún mal.

Allí había orgullo. El Dios que sondea todo leía en su corazón y descubría que Job, aunque exteriormente era paciente, dudaba en el fondo de la sabiduría, de la bondad y de la justicia de Dios que le enviaba a esos pobres. El patriarca alimentaba interiormente pensamientos falsos con respecto de Dios como con respecto de si mismo. Debía aprender cuan engañado estaba.

Muchas personas en este mundo dicen hoy día como Job: ¿Por qué tantas cosas terribles suceden? ¿Por qué tantos sufrimientos y miserias? ¿Por qué se ve a menudo a muchos hombres expuestos a los más grandes sufrimientos? Gente piadosa, que sirven a Dios, están llenos de aflicciones sin tener un día de alivio.

El asunto puede presentarse hoy día como se presentaba entonces: ¿Cómo y porque hay en el mundo tantos dolores y tantas penas? Pero estos pensamientos engendran el descontento y la desconfianza. Se llega a decir secretamente: seguramente Dios no conoce las cargas del corazón humano. Si Dios es amor, ¿Por qué los justos son afligidos y los inocentes sufren? Estas preguntas provienen de una intima desconfianza hacia Dios.

 

El fin del Señor hacia Job

Por las pruebas de su disciplina, Dios coloca en evidencia que tales dudas habitaban en el fondo del corazón de Job. Y al final, Jehová mismo le habla a este hombre afligido, pero no con la dulzura y la ternura que el Nuevo Testamento nos hace conocer; no había llegado el tiempo para eso. Jehová le habla en medio del torbellino «una vez, dos veces» y con una voz de trueno, manifestando su poder, su majestad, su providencia. Muestra ante Job las pruebas de su sabiduría soberana y su poder en la creación.

Por las palabras que el Todopoderoso dirige a su conciencia, Job es golpeado como por un relámpago, y es convencido de su pecado. Puede entonces a si mismo decir: He faltado de confianza en Aquél que todo lo puede y que todo lo sabe; he discutido con Dios que sondea el corazón, y proferido palabras impropias en su presencia. Job se da cuenta que había pecado justificándose a si mismo y acusando a Dios. Y confiesa su pecado diciendo «Tengo horror de mí». Se arrepiente, en el polvo y en ceniza, de sus palabras y de su desconfianza interior con respecto a Dios.

Asi , como Job, he dejado penetrar la duda, ¿estoy listo como él a confesar mi pecado? Porque, permitir que la duda y la desconfianza se deslicen en mi corazón, es hacer una afrenta hacia Dios quien me ha salvado, enviando a su Hijo a morir por mí. Dios no ha terminado de ocuparse de Job hasta que el le ha confesado esta falta. Pero cuando esta ha sido reconocida, Job es bendecido dos veces más que al principio.

 

Las redes de Pedro

Pasemos ahora a la historia de Simón Pedro, un hombre mucho mas privilegiado que Job, porque estuvo en contacto con Aquel que era Dios descendido sobre la tierra. Los evangelios nos hacen admirar el camino de Jesús, sobre el cual, la luz celestial resplandecía sin una sombra. Por todas partes por donde iba Jesús, se encontraba la presencia de Dios. Y cuando estaba colocado en esta presencia, el hombre confesaba su verdadero estado. La luz del mundo le revelaba su justo lugar.

En Lucas 5, el Señor, predicando a orillas del mar de Galilea, le pregunta a Pedro, si tiene lugar para El en su barca. Se alejan un poco de tierra, y Jesús sentado en la barca enseña a la multitud reunida en la rivera. Inmediatamente después, el Señor le dice a Pedro: « Boga mar adentro, y echad vuestras redes para pescar.»  

Pedro había escuchado a Jesús predicar el evangelio del reino, hablar del amor divino, del cumplimiento de las profecías y de los planes de Dios para bendecir la tierra. ¡Sentía que Jesús conocía todo esto, y ahora hablaba de peces y de pesca!

En su sorpresa y su incredulidad, responde e « Maestro, toda la noche hemos estado trabajando, y nada hemos pescado; mas en tu palabra echaré la red »   El Señor había dicho: «echad las redes», todas las redes que tengáis, pero Pedro piensa: «De todas maneras no pescaremos gran cosa, arrojaré una red solamente; esto será suficiente». El arroja entonces una red, y hubo tantos peces dentro que la red se rompía. ¡Los tiraron a la barca, que rápidamente estuvo llena y se hundía!

Pero, aunque pecador, Simón no piensa ya en la abundancia de su pesca. Su primer pensamiento es que es culpable ante el Señor; ha dudado de su amor y de su sabiduría. El pensamiento que Jesús conocía perfectamente la noche pasada en una trabajo inútil no había atravesado su espíritu; ¡no había soñado un instante que Él sabía donde estaban los peces y tenía el poder de conducirlos hacia la barca!

Simón cae a los pies de Jesús diciendo « Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador.»   Esta confesión corresponde al lenguaje de Job cuando había dicho : « He aquí que yo soy vil; » Simón se encuentra en presencia de Aquel que tiene la autoridad sobre las criaturas del mar; y el reconoce en su corazón que no ha puesto su confianza en Él

Esta experiencia ha sido el comienzo de la escuela de Dios para Simón Pedro, escuela moral que debía hacerlo en propiedad un pescador de hombres. Dios envía a pecadores salvos para anunciar el evangelio a pecadores que no conocen la salvación. Esta es su manera de hacerlo con él. Simón Pedro, que aprende allí lo que estaba en su corazón, fue aquel que, mas tarde magnifica la gracia del Salvador delante la nación judía culpable.

Pedro debía aprender enseguida otras lecciones importantes, pero por el momento el Señor le enseña que es Él que manda a los habitantes de los abismos y que obedecen a su soberana voluntad.

¡Cuan necesario es que el siervo aprenda a conocer el poder de su Maestro!

 

Caminar sobre el mar: Mateo 14:25-33

Otra vez, durante una tormenta, todo parecía oponerse a los discípulos que remaban penosamente. No saben que hacer. Súbitamente ven a Jesús andando sobre las olas y viniendo hacia ellos. Inmediatamente el corazón de Pedro se dirige hacia ese Señor que el ama. El piensa: He aquí el Señor que viene a nosotros en nuestra debilidad; desearía ser el primero en ir a encontrarlo, y no puedo esperar a que el venga hasta la barca. Es necesario que yo vaya allá y lo encuentre. Y dice: « Señor, si eres tú, manda que yo vaya a ti sobre las aguas» . Sus compañeros piensan que puede que haya perdido la razón, pero Pedro confía en Aquél que le ha dado la prueba que era el que estaba sobre le mar. «Ven», dice Jesús. Pedro sale de la barca y camina sobre las aguas como si estuviera en tierra firme.

Este acto de fe era, para aquellos que habían quedado en la barca, un gran testimonio del poder del Señor Jesús Mientras los ojos de Pedro quedaron fijos en Jesús, el avanzó con firmeza. Pero cuando vio las olas furiosas y amenazantes, comenzó a hundirse; y la fe perdió su victoria.

Luego, de nuevo, la luz penetrante de Dios brilla en el corazón del discípulo para mostrarle lo que estaba escondido. Alguna cosa, allí, no estaba en orden, sino no se hubiera hundido. Sobre las olas, en la presencia del Señor, debe hacer la experiencia de que su fe, fuerte para hacerle salir de la barca y caminar sobre el mar contrariamente a las leyes naturales, no lo fue para mantenerlo allí. Pedro aprende entonces que es necesario creer ya y siempre, y no solamente en el comienzo. La verdadera fe es continua, no intermitente.

 

Mirar al Señor

¿No nos sucede que hacemos la misma experiencia que Pedro? Por largo tiempo nuestra fe mira sin interrupción al Señor Jesús, todo va bien, somos felices, y el Señor es honrado. Caminamos por las olas y Él está con nosotros. Pero si volvemos nuestra vista de Él, si miramos por ejemplo las bancas vacías de nuestros locales de reunión, y pensamos en las personas que anhelamos ver y que no están allí, o a los que parece que faltan y los que están presentes, ¿no sentimos que comenzamos a hundirnos? Sabemos por lo tanto que, puede ser que estemos solamente dos o tres reunidos, todo está bien mientras que nuestros ojos están fijos sobre el Señor que está en medio de nosotros. Pero desde que comenzamos a pensar en el estado miserable de cosas, en los ausentes y en los presentes, en lo que se hace o en lo que deseamos que pueda hacerse, entonces nos hundiremos bajo las olas.

Amados, estamos en los últimos tiempos, pero tenemos la luz de la verdad de Dios. La cristiandad está en la pero confusión, agitada como mar en furia. No miremos alrededor ni dentro de nosotros, sino al Señor. ¿Nos ha dejado? Es imposible que abandone a los dos o tres reunidos a su nombre.

¿No puede salvar «completamente»? ¿No es su presencia siempre suficiente? Mientras que realizamos esto, su poder nos eleva por sobre las circunstancias personales y colectivas, su amor reanima nuestros corazones y renueva nuestra fe.

Es así que Pedro aprende una nueva lección sobre el mar. Ha descubierto cuando su confianza es débil y cuando la mano de Jesús es poderosa para salvarle cuando comienza a hundirse.

 

Revelaciones hechas a Pedro: Mateo 16:13-23

Pasemos ahora a otro episodio de la vida de Pedro. El Señor pregunta a los suyo que es lo que dicen las multitudes de el: ellos responden; Los unos esto, los otros aquello. Entonces les hace la pregunta: « Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? » Pedro responde desde el fondo de su corazón: «Tu eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente» Estaba enseñado por Dios para hacer una tal declaración, en efecto, el Señor le dice: « Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos. »

¡Que honor conferido a este pecador de Galilea! ¡Recibir del Padre que está en los cielos una revelación especial de la gloria del Mesías! Luego el Señor agrega « Y yo también te digo, que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia. » Así Jesús le da igualmente una revelación. Simón Pedro recibe entonces dos revelaciones en un corto tiempo. Esto le distinguió y le honró excepcionalmente entre los discípulos del Señor.

Pedro aprendió no solamente que Jesús era el Cristo, el Hijo de Dios viviente, sino que construiría una asamblea para Él. Y entonces el Señor comienza a revelar lo que era necesario decir sobre el tema de esta construcción. Era necesario primeramente que el subiera a Jerusalén, que sufriera de parte de los hombres, y que fuera muerto. Pedro, en la locura de sus pensamientos carnales, le reprende inmediatamente: « Señor, ten compasión de ti; en ninguna manera esto te acontezca.» 

Pero el Señor le interrumpe: « ¡Quítate de delante de mí, Satanás!; me eres tropiezo, porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino en las de los hombres .» Pedro miraba de una manera humana los sufrimientos por los cuales el Señor hablaba. Los veía del punto de vista de algunos que temen ver a su amigo expuesto al la maldad y a los ultrajes de sus semejantes.

¿Podríamos permanecer impávidos , sin emoción cuando uno de los nuestros va a ser injustamente maltratado e igualmente puesto a muerte? Espontáneamente, rechazaríamos tal pensamiento. Pero Pedro olvidaba esto: los sufrimientos que iban a tener por parte de Cristo eran según los designios de Dios. Los sufrimientos del Mesías debían preceder a sus glorias. Y sabiendo esto, el Señor mismo le dirá al Padre : « Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya

Pedro, cuando oye hablar de los sufrimientos que Jesús tendrá en Jerusalén, exclama: ¡No, esto no puede tener lugar! Llega así a ser una piedra de tropiezo en el camino del Señor a la cruz, sobre su camino de obediencia hasta la muerte. Lo que Pedro decía venía de la carne, no de la fe. La fe se somete siempre a la voluntad de Dios. Pedro mostraba con esto que es imposible contar con el hombre en la carne, a pesar de las maravillosas revelaciones que pueda haber tenido.

 

Sobre la montaña con el Señor: Mateo 17:1-8

Jesús conduce a Pedro y a otros dos discípulos a una montaña alta, donde le muestra su propia gloria y la del reino. Allí, en la nube, la gloria magnífica y la majestad del Señor Jesucristo brillan ante los tres apóstoles.

Pedro es uno de los tres testigos privilegiados que asisten a esta escena maravillosa. Habían pasado pocos días desde que Satanás le había sugerido ser una piedra de tropiezo en el camino del Señor. Pero el mismo Señor que conocía a su siervo y sabía lo que había en el. A pesar de sus reacciones humanas y de la precipitación de sus palabras. Pedro amaba a su Maestro; estaba dispuesto a dar su vida por ÉL y Jesús lo sabía. Había sondeado el corazón de Pedro, discerniendo lo que pertenecía a su nueva naturaleza y que lo que era parte de la antigua.

Allí, sobre la montaña, el antiguo Simón habla de nuevo. Moisés y Elías se encuentran con el Cristo transfigurado, y Pedro, no sabiendo verdaderamente lo que decía responde: Señor, bueno es para nosotros que estemos aquí; si quieres, hagamos aquí tres enramadas: una para ti, otra para Moisés, y otra para Elías» (Mateo 17:4).

¡Nueva falta! Una gran revelación concerniente a Jesús le había sido confiada, pero se engaña completamente en su aplicación. Pedro había sido enseñado por el Padre que Jesús era el Cristo, el Hijo de Dios viviente, ¡y lo coloca al mismo nivel que Moisés el mediador y que Elías el restaurador d la ley!

¡Objeto de un favor particular del Padre, Simón Pedro rebaja a su Bien-Amado Hijo! Es lo que hacen todos aquellos que rebajan al Hijo de Dios al nivel de un conductor y de un profeta. Cuando Pedro coloca así al Hijo eterno al rango de los más eminentes siervos de Dios tomado de entre los hombres, la voz de Dios revindica la gloria personal de Aquel que, después que sufriera , iba a entrar en la gloria de su reino. El Padre declara : « Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a él oíd.» ( v.5)

 

La negación: Mateo 26:31-46,69-75

Este es otro episodio de la disciplina por la cual debe pasar Pedro. Es profundamente triste pensar que este gran apóstol tan honrado ha podido conducirse de la manera más terrible. Pero el Espíritu de Dios no deja en la ignorancia la causa de su caída.

El Señor había le dicho a Pedro que en la noche que iba a llegar, le negaría tres veces; y en previsión de la tentación, le había recomendado velar y orar. Jesús había conducido a Pedro, Juan y Jacobo al lugar donde el tenía la costumbre de orar; y allí, en Getsemaní, les había recomendado velar con el en un espíritu de oración, mientras que Él mismo se alejaba para hacerlo solo.

¡Desgraciadamente! Pedro no vela y no ora, — ¿Pedro, no te acuerdas como el Señor ha recordado la profecía: «Heriré al Pastor, y las ovejas serán dispersadas»? ¿No te acuerdas como te ha hablado de sus sufrimientos inminentes, como el ha previsto que tu le negarías? Pero Pedro no se acuerda, no vela, no ora, se duerme. Jesús viene y le despierta de su sueño. Insistiendo con fuerza para que velara y orara a fin de no entrar en tentación. Después el Señor se va para orar aun, mientras que Pedro se duerme nuevamente. ¡Y esto se repite una tercera vez! Es así que el apóstol aborda la tentación sin haber buscado por medio de la oración —tan necesaria— esta gracia y esta fuerza cuando su debilidad a menudo se manifestaba.

¿Es asombroso que Pedro haya caído cuando acababa de confesar a Cristo? Si buscamos la causa de nuestras caídas, encontraremos que a menudo es lo mismo. Recordándonos de nuestras faltas, preguntamos en la presencia del Señor; en la presencia del Señor; ¿porque he hecho esto o aquello, esta semana, u hoy día? ¿No es porque no he orado y no he buscado la fuerza de lo alto?

Cuando es acusado de ser discípulo de Jesús de Nazareth; Pedro niega a su Maestro, y esto con juramentos y maldiciones, hasta que se recuerda que el Señor le había anunciado que esto sucedería. Entonces la palabra de verdad traspasa su conciencia; de manera que llora amargamente. Como testigo de Cristo, ha caído muy pero muy abajo. El Señor lo mira y se hunde. La confianza en si mismo desaparece en el remordimiento y en las lagrimas.

¡Que contraste entre el discípulo infiel y su Maestro! Cuando el sacerdotote desafía al Señor Jesús: « ¿ eres tú el Cristo, el Hijo de Dios?   el responde « Tú lo has dicho » . Pedro en el mismo palacio, niega con maldiciones al Maestro que amaba, ¡aquel que le había confesado como el Cristo, el Hijo del Dios viviente!

Sin la oración y la ayuda de Dios, palabras semejantes pueden también, ¡desgraciadamente! salir de nuestro labios. Pedro ha sido sondeado a fondo, en el palacio del sumo sacerdote, y lo que había de malo en el fondo de su corazón sale a la superficie. Ha llegado a este lugar sin estar preparado. En medio de esta asamblea de pecadores, la luz de Dios brillaba sobre su Hijo, manifestándole como Hijo del Hombre sin mancha y sin reproche, Pero Pedro, en esta misma luz, revela la traición de su corazón y la mentira de la que es capaz. ¡Lo que es mas, el, el discípulo de Aquel quien es la Verdad, persiste, y apoya sus mentiras de juramentos y maldiciones, tomando así el nombre de Dios en vano!

¿Pero quien puede medir la gracia de nuestro Señor Jesucristo? El día cuando resucitó de entre los muertos, viene a Pedro muy de mañana: «El Señor ha realmente resucitado, y se le ha aparecido a Simón» Este entrevista no tiene testigos, y la Palabra es silenciosa a este respecto. No sabemos entonces lo que el Señor le dice a Pedro, Pero si Pedro había llorado amargamente cuando salió del palacio después de haberse reencontrado con la mirada del Señor, ¿Qué ha hecho a los pies del Señor resucitado, que venía, en su tierno amor, a restaurar a su pobre discípulo?

 

Restauración pública: Juan 21:15.23

El último capítulo de Juan nos da el relato de la restauración pública de Pedro, a continuación de la cual el Señor le confía una nueva misión.

Estan juntos en la rivera del lago, en el sitio donde se había desarrollado otros incidentes de la vida de Pedro, algunos en relación con el mar y los peces. El Señor trata a Pedro como un huésped honrado. El alimento ha sido preparado. Habían comido el mismo pan en el aposento alto; ahora tienen una cena al borde el lago, Hay un momento de paz y de comunión, antes que el examen y los cuidados pastorales comiencen

Delante de sus discípulos, el Señor habla a Pedro, ¡no de poder sino de amor, no de esperanza sino de amor, no de servicio sino de amor! «Simón, hijo de Jonás…» No se dirige a Pedro, la piedra ; porque no se había mostrado como tal en el palacio, sino más bien como una arena movediza

«Simón, hijo de Jonás, ¿me amas mas que estos?» La pregunta es simple, pero escondía un aguijón, «Mas que estos» ¿Qué es lo que Pedro había afirmado al Señor cuando este último le había advertido? Confiando en su propio corazón y en su fidelidad, se había jactado: «Aunque sea necesario morir contigo, pero yo nunca te negaré» ; «aunque todos se escandalicen, yo no te escandalizaré» . Y ahora el Señor le pregunta : « ¿Me amas mas que todos estos? ¡El presuntuoso había negado al Señor; los otros no lo habían hecho!

El Señor no había olvidado las audaces palabras de Pedro que se elevaba así por sobre sus hermanos. El las recordaba, ¡pero si delicadamente! La espada aguda lo penetraba mas, alcanzándolo hasta la división del alma y del espíritu.

Ahora Pedro ya no se jacta de una fidelidad superior, no tiene una palabra que decir de «aquellos que» . Responde : « tú me has examinado y conocido. Tú has conocido mi sentarme y mi levantarme;...Y todos mis caminos te son conocidos. » (Salmo 1391-3), Tu conoces las cosas que digo y las que hago, tu has oído las blasfemias de esta noche horrible. Tu sabes todas las cosas, y a pesar de todo «tu sabes que te amo» . El siente que no tiene ninguna excusa y por lo tanto puede afirmar su amor por el Señor.

El Señor le interroga nuevamente: «Simón, hijo de Jonás, me amas». Pero esta vez no agrega: Más que estos. Un solo recuerdo era suficiente. Pedro afirma nuevamente su amor en presencia de Aquel que conocía su corazón. A medida que proseguía el diálogo, Pedro hacía la experiencia de la poderosa mirada penetrante del Señor. Cuando advirtió de lo que el. Pedro, era antes de que el gallo cantara, sabía ya todo a su respecto. Como el salmista, Pedro se da cuenta de que su corazón estaba desnudo ante los ojos del Señor. Quien conocía por anticipado el camino triste que el haría.

Después el Señor hace una tercera vez la misma pregunta: «Pedro se entristeció» Los enemigos del Señor le habían preguntado tres veces si era discípulo de Jesús y tres veces había negado la verdad. El Señor lo sondea y lo prueba. Pedro siente la punta de la espada en su corazón, siente que el amerita esto. Su único recurso está en el total conocimiento del Señor : «Tu sabes todas las cosas tu sabes que te amo» La restauración del apóstol está completa, y Pedro recibe su nueva misión: «Apacienta mis ovejas, apacienta mis corderos»

 

Aprender a conocernos

Nos es altamente provechoso guardar estas experiencias de Simón Pedro. Estamos a menudo dispuestos a enorgullecernos porque pensamos amar al Señor más que otros. Pero el Señor mide nuestro amor por nuestra fe, por nuestras obras, por nuestro comportamiento: si me amáis, guardad mis mandamientos, guardad mi Palabra. Haced lo que yo os digo, lo que yo deseo. Es de esta manera que podremos manifestar nuestro amor por el Señor y no por discursos pretenciosos.

Si el Señor nos interrogara, como interrogó a Simón, hijo de Jonás, ¿que responderíamos? Si nos encontramos solos con Aquel que nos pregunta ¿Me amáis realmente?, ¿Qué le diríamos? Cuando nos encontramos en nuestro local, en la reunión de oración, en la reunión de estudios o en el culto, ¿que responderíamos si nos preguntara: «Porque estáis aquí? ¿Es verdaderamente por amor a mí? ¿Nuestros corazones son enteramente para Él, o se comparten entre el Señor y el mundo?

Muy-amados, Deberíamos sentir continuamente que tenemos que ver con alguien que nos conoce a fondo. Y si esto es verdaderamente así, diremos como el salmista en los dos últimos versículos del Salmo 139 :« Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; Pruébame y conoce mis pensamientos; Y ve si hay en mí camino de perversidad,» ¿Y si allí, en el fondo de mi, alguna cosa que pueda entristecerlo, alguna cosa que me engaña? Puedo tener falsos pensamientos con respecto a mismo, y es por eso que necesito que tú me sondees, que tú me pruebes y que tú me conduzcas «en el camino eterno».

Estoy cierto que, como conocimiento abstracto, estamos todos convencidos de la omnisciencia de Dios, pero esta verdad ¿tiene su poder práctico en nuestros caminos? Vivimos tiempos difíciles, nada, sino una comunión real entre nosotros y Dios que conoce nuestro corazón, entre nosotros y su Hijo, en el poder del Espíritu Santo, nos guardara fieles a su Palabra, y guardará nuestros corazones verdaderos en su amor.

En el mundo que nos rodea, las cosas empeoran cada día. La corrupción y la ruina penetran más y más en la cristiandad. Pero hay Uno que permanece fiel; Aquel que está en medio de las asambleas, Aquel que sondea la mente y los corazones (Apoc.2:23) A los que confiesan sus pecados, y que han sido purificados de toda iniquidad, les dirá, como se lo dijo a Pedro: «apacienta mis ovejas, apacienta mis rebaños» Alimentémosles, tengamos cuidado de ellos. Si me amáis también a aquellos que yo amo.

¡Que Dios permita sentir la necesidad de estar continuamente y concientemente bajo su mirada; que lo ve todo! El sondea nuestros corazones, prueba nuestros caminos, no le podemos engañar. ¡Que nuestros corazones y nuestras conciencias sean rectas con Él, en acuerdo con la voluntad de Aquel que ha prometido: «Te haré entender, …sobre ti fijare mis ojos! (Salmo32:8).