El Hogar Para Dios
Raymond K. Campbell


Comenzamos nuestra meditación sobre el hogar cristiano con el pensamiento de su institución por Dios Mismo, y que el verdadero amor cristiano es allí donde al Señor se le da su justo lugar y donde las relaciones divinas son mantenidas de acuerdo con la mente de El y Su propósito y para Su gloria. En este capítulo concluyente consideraremos el tema del hogar mismo para el Señor y Sus intereses.
El hogar de Betania
Cuando el bendito Salvador estuvo aquí sobre la tierra como el Extranjero sin hogar, sin lugar donde reclinar su cabeza, Marta lo recibía en la casa de ella (Lucas 10: 38). Quizás el hogar de ella fue el único en su ciudad de Betania que estuvo abierto para El. Aquí El era siempre bienvenido y a este hogar El siempre recurrió. Aquí El vino exactamente antes de la Pascua y de Su muerte sacrificatoria, cuando el odio de los directores religiosos se levantó en una llama de fuego contra El, y aquí, esta devota familia de Marta, María y Lázaro "le hicieron allí una cena" y María le ungió con un ungüento muy costoso (Juan 11: 57; 12: 3). ¿Qué bálsamo recibió el corazón de Jesús en este hogar en Betania exactamente antes de la hora de Su mayor pena y sufrimientos! Verdaderamente este hogar fue un hogar para el Señor Jesucristo.
Recibiéndole hoy
Mientras el amante Salvador no está ya corporalmente en la tierra, como en el día de Marta, el Espíritu Santo está aquí trabajando por Sus intereses y habita en Su pueblo redimido morando en y por ellos. Por tanto nosotros también podemos recibir al Señor en nuestros hogares algo como Marta lo hizo de antiguo. Hablando con sus discípulos El dijo: "El que a vosotros recibe a mí me recibe" (Mat. 10: 40). Cuando recibirnos el pueblo de Dios en nuestros hogares, le recibimos a El. "En cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis", es el principio que el Señor establece en Mateo 25: 40 para aquellos que han alimentado, vestido y visitado y recibido a los hermanos de Cristo. Así vemos que podemos y debemos abrir nuestros hogares para el Señor y Sus intereses y Su pueblo, y no tenerlos solo para nuestros intereses egoístas, o para el mundo que lo rechaza a El.
Ejemplos Bíblicos
Encontramos muchos casos en la Biblia de hogares del pueblo de Dios abriendo sus puertas al Señor y usados para Su obra y para sus intereses. En los días de David, Obed Edom el heteo, guardó el Arca de Jehová en su casa por tres meses, y Jehová le bendijo a él y a toda su casa por ello (2 Sam. 6: 10, 11). El dueño de casa en Marcos 14: 14 prestó el gran aposento alto en su casa al Señor y aquí fue celebrada la Pascua, y la Cena del Señor instituida. Los cristianos primitivos se reunieron en sus hogares diariamente para recordar al Señor en el rompimiento del pan, y diariamente los Apóstoles enseñaron y predicaron a Jesucristo en el templo y en cada casa (Hechos 2: 46; 5: 42). En Hechos 12: 12 vemos a muchos reunidos en la casa de María, madre de Juan Marcos, para oración especial.
De Romanos 16: 5 y I Cor. 16: 19 aprendemos que el hogar de Aquila y Priscila fue el lugar de reunión de los cristianos que comprendían la iglesia local. Así también de Filipenses 4: 15 y Filemón 2, observamos que Ninfas y Filemón abrieron sus hogares para que la iglesia local se reuniera. El amor de Cristo constriñó a cada uno a usar su hogar para el Señor y Su pueblo y sufrir de buena voluntad el inconveniente y trabajo adicional que tales reuniones conllevaban.
Aquila y Priscila
Formas especiales de servicio cristiano son posibles para el esposo y la esposa cristianos quienes han establecido un hogar y desean servir mancomunadamente al Señor. En Aquila y Priscila tenemos un ejemplo sobresaliente de la poderosa influencia y el bendito servicio que un matrimonio, consagrado como uno a los intereses de Cristo, puede ejercer y llevar a cabo. Ya se ha hecho referencia a la reunión de la iglesia en el hogar de ellos, y ahora queremos considerar el valioso y unido servicio de hogar según puede éste verse en Hechos 18: 3, 24 - 28.
Cuando el Apóstol Pablo vino a Corinto, el hogar de ellos se abrió para él y juntos vivieron y trabajaron en su oficio de construir tiendas por espacio de dieciocho meses. Así fue provisto un hogar para el consagrado apóstol "quien no tuvo morada segura", durante sus labores para el Señor allí, y ellos en cambio, fueron indudablemente enriquecidos espiritualmente del gran maestro de los gentiles, quizá salvos por medio de él. De las distintas menciones hechas por el apóstol, aún al fin de su vida, podemos ver cuán caros les eran y cómo él evaluó la bondad de ellos.
Más tarde vemos a esta piadosa pareja mudándose con el apóstol a Efeso y pronto el ferviente y elocuente Apolos viene a la ciudad de ellos y habla valientemente en la sinagoga de las cosas del Señor. Discerniendo el limitado conocimiento de éste de la salvación de Dios en Cristo, Aquila y Priscila con gran tacto y cortesía invitan a Apolos a la morada de ellos, y en la piadosa atmósfera de aquel hogar cristiano, él aprende de ellos el camino de Dios más perfectamente, según está revelado en el cristianismo.
Abriendo de este modo el hogar de ellos a los siervos del Señor y ofreciéndoles hospitalidad, primero que todo, ellos aprendieron las maravillosas verdades del cristianismo del uno y tuvieron el privilegio de ser usados de Dios privadamente y con gran éxito impartirlas al otro para su gran ayuda y bendición y también pan la bendición de otros. Porque después de esta útil e instructiva estadía en el hogar de Aquila y Priscila, Apolos fué a los hermanos en Achaia y los ayudó mucho. Tales son algunos de los benditos resultados de tener el hogar de uno para el Señor y Sus intereses.
Hospitalidad
La práctica de la hospitalidad es una hermosa virtud cristiana la cual las Escrituras nos exhortan constantemente por precepto y ejemplo, esa bondadosa y generosa recepción del prójimo al abrigo y cuidado del hogar de uno, se ha llamado la gloria del hogar y la flor de la vida hogareña. En un justo y adecuado adorno de la doctrina de Dios nuestro Salvador. La esencia misma de la doctrina integral de Dios es su gracia abundante y generosa que fluye en bendiciones divinas hacia el hombre pecador. La hospitalidad del cristiano a su prójimo es una pequeña manifestación de esta misma gracia fluyendo por el canal de su corazón redimido.
Las epístolas del Nuevo Testamento, las cuales exponen completamente esta maravillosa gracia de Dios, urgen la práctica de la hospitalidad como una parte vital del cristianismo práctico. Entre los cristianos primitivos, se dice, que la hospitalidad era tal marcado rasgo de sus vidas, que aún los gentiles de alrededor los admiraban por ello. Mirando a las exhortaciones de las Escrituras, vemos de Romanos 12: 9.21, que uno de los muchos preceptos los cuales forman la santa ropa del cristiano vivo, es: "practicando la hospitalidad". Así también uno de los requisitos para ser "obispo" o "sobreveedor" es que debe ser "hospedador" u "hospitalario" (V.M.) (I Tim. 3: 2; Tito, 1: 8).
Pero la hospitalidad no ha de ser sólo demostrada a los que amamos y conocemos; ha de ser mostrada a los desconocidos de igual modo. Así Hebreos 13:2 nos instruye, "No os olvidéis de la hospitalidad, porque, por ella, algunos hospedaron a los ángeles". Aquí se hace referencia al bello acto de Abraham y Sara en Génesis 18, cuando ellos diligentemente prepararon una comida personal para los tres forasteros que vinieron a la puerta de la tienda de ellos, y más tarde demostraron ser dos ángeles y Jehová Dios mismo. Los benditos resultados de mostrar hospitalidad a los extraños es de ese modo ilustrada, como muchos ha probado desde entonces.
La importancia y peso de mostrar hospitalidad a los extraños es más tarde enfatizada por el hecho de que, si una mujer que quedó viuda siendo vieja, había hospedado a extraños, ello era uno de los rasgos que la encomiaba para recibir el cuidado y ayuda de la asamblea cuando lo necesitara (I Tim. 5: 10).
La falta de hospitalidad
'Uno de los rasgos admirables del patriarca Job era, que él abría sus puertas a los viandantes, y el forastero no posaba en la calle (Job 31:32), mientras los días de decadencia y apartamiento de Dios y Su voluntad por Su pueblo están caracterizados por la falta del mismo. Esto se nota en los días de los Jueces (Juec. 19: 15 - 18), cuado el pueblo de Dios estaba en muy bajo y mal estado de alma. En ese tiempo cierto levita y los que le acompañaban vinieron a la ciudad de Gabaa, de la tribu de Benjamín y se sentó en la calle cuando el día declinaba "porque no hubo quien los acogiese en casa para pasar allí la noche". El tuvo que decir: "Mas voy ahora a la casa de Jehová, y no hay quien me reciba en casa". Más tarde, sin embargo, un anciano de Efraim, que moraba como forastero en Gabaa, se acercó y lo llevó a su casa.
En nuestros días de Laodicea, de tibieza y un estado de alma autosatisfecho, necesitamos percatamos, no sea que esta misma falta de hospitalidad se convierta en característica de nuestros hogares. En medio de las complicadas y agobiantes condiciones de vida del presente, la práctica de hospitalidad puede hacerse más difícil pan algunos, y para nuestras mentes, la falta de ella puede ser plausiblemente excusada. ¿Pero es ello así ante la santa vista de Dios? ¿Cómo parece ante El Quien escudriña los riñones y el corazón?, ¿estuvieron los cristianos primitivos en mejores circunstancias que nosotros para practicar la caridad? ¿Y son las exhortaciones en las Escrituras en cuanto a la hospitalidad de menor aplicación a nosotros en nuestros dais de prueba que a ellos en sus días? Examinemos de nuevo seriamente la cuestión, y sed hallados sobresaliendo en la excelente virtud de la hospitalidad.
La Sunamita
En hermoso contraste con los días de Jueces 19 están los hechos encomiables y hospitalarios de la "gran mujer de Sunem", según se registra en 2 Reyes 4: 8 - 17. Cuando el profeta Eliseo pasaba por aquel camino, ella le obligó a entrar y comer pan, y siendo tan cordialmente bienvenido, él se volvía a comer pan allí cada vez que pasaba por aquel camino. Un día ella habla a su marido y le propone hacer una pequeña cámara al profeta, amueblándola pan que el profeta se alojara en ella cuando viniera por allí. Hicieron esto y cuando el profeta venía y disfrutaba de este especial hospitalario amor, se regocijó mucho y dijo: "Tú has sido solícita por nosotros con todo este esmero, ¿qué quieres que haga por ti?"
Pero nótese la simplicidad de la cámara para hospedar de esta sunamita y su hospitalidad. Ella contenía sólo las cosas necesarias para el descanso físico y comunión y refrigerio espirituales. Una cama para dormir, una mesa para leer o escribir sobre ella, un taburete para sentarse y un candelero por el cual alumbrarse, constituían el mobiliario de aquella habitación. ¿No hay aquí un estímulo para aquellos de medios sencillos para practicar la caridad de igual manera? No es con frecuencia el orgullo de la vida la que gusta de ostentar opulencia ante los huéspedes y alternar con otros la causa yaciente de la falta de hospitalidad? Que podamos todos aprovecharnos de, y andar en la simplicidad de esta gran mujer de Sunem y ser hallados en "la simplicidad que es en Cristo" (2 Cor. 11: 3). "El hombre mira lo que está delante de sus ojos, más Dios mira el corazón" (I Sam. 16: 7). Es la bondad y el amor del corazón lo que cuenta en la hospitalidad, y no las abundantes y maravillosas aportaciones que uno pueda o no pueda estar dispuesto a suplir. Esto está más tarde sostenido por Pedro en las palabras de I Ped. 4:9: "Hospedaos los unos a los otros sin murmuraciones". Todo lo que uno posea, poco o mucho, debe ser compartido con otros de voluntad. Es el espíritu en el cual se hacen las cosas lo que cuenta más que lo que se hace.
Las palabras del Señor en Mateo 10:42 son adecuadas en relación con esto: "Cualquiera que diere a unos de estos pequeñitos un vaso de agua fría solamente, en nombre de discípulo, de cierto os digo que no perderá su recompensa". Aquí está la promesa segura de recompensa por la hospitalidad brindada como al Señor, aún por un acto tan pequeño como dar un vaso de agua fría.
Conclusión
Que estas varias escrituras y ejemplos escriturarios de aquellos que tuvieron sus hogares abiertos para el Señor y Sus intereses y practicaron la hospitalidad, nos estimulen y ayuden a tener nuestros hogares para servir a Cristo verdaderamente. Y que nosotros vivamos de tal manera dentro de ellos, que pueda haber luz celestial en nuestras moradas alumbrando "a todos los que están en casa", "para que los que entran vean la luz" (Mat. 5: 15; Lucas 11: 33).
Al terminar nuestras meditaciones sobre este importante tema, "El Hogar Cristiano", rogamos que los pensamientos y afectos del lector y el autor estarán de este modo más verdaderamente concentrados en Cristo, Quien es la piedra angular de la familia cristiana. Que podamos recordar siempre que El es el centro bendito, de donde debe comenzar todo, y hacia Quien debe tender todo, y alrededor de Quien debe reunirse todo. El es la Cabeza gloriosa a Quien cada uno debe mirar y sobre Quien depender para diaria sabiduría, gracia y fe para saber ponerse a las dificultades y pruebas y por paciencia para sufrirlas.
Entonces nuestros hogares serán verdaderamente corrientes que constantemente derramarán chorros de bendición para iluminar el oscuro mundo que nos rodea, y centro de todo lo que es piadoso, noble, inspirador y bendecido, los sitios más sagrados en el mundo.
"Dios bendecirá la morada de los justos" (Prov. 3: 33). Que esta bendición del Señor se cumpla en cada hogar cristiano para la gloria de Aquel que ha provisto para nosotros un hogar eterno con El en gloria y dicha eternas.
A m é n .
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